Por Malein Pacho, médica residente de Psiquiatria en (R4) Osakidetza y alumna del IESMP.
En septiembre de 2024 llegué a Londres para rotar tres meses en una unidad madre-bebé: MBU, o Mother Baby Unit. Lo que encontré superó mis expectativas.
La MBU East London me sorprendió desde el primer momento. Bastó cruzar sus puertas dobles para notar que allí se respiraba otra cosa. No era una unidad de hospitalización psiquiátrica como las que conocemos. Era un espacio vivo: colorido, lleno de juguetes, alfombras de juego, bebés gateando, riendo, llorando. Un espacio pensado desde el vínculo, desde la presencia y la ternura.
El equipo me acogió desde el primer día con amabilidad, respeto y una calidez profunda. Me integraron en sus dinámicas, me enseñaron sus formas de trabajo, me dejaron mirar de cerca. Me sorprendió la riqueza de recursos disponibles: además de psiquiatras y enfermería especializada, había psicólogas, terapeutas madre-bebé, terapeutas ocupacionales, farmacéuticos especialistas en perinatal, nursery-nurses, trabajadora social, especialista en habilidades para la vida, danzas-terapeutas, y hasta en ocasiones, arte-terapeutas.
La semana comenzaba con el management round, una reunión con representación de cada figura profesional del equipo: psiquiatras, enfermeras, nursery nurses, psicólogas, trabajadoras sociales, farmacéuticas, terapeutas ocupacionales… Juntas repasábamos la situación clínica, familiar y social de cada paciente. Esa misma tarde, la Dra. Protti recibía en consulta individual a quienes lo deseaban.
El martes era el gran día: el Ward Round. Esa reunión me fascinó. Acudía una representante del equipo, junto con la paciente, sus familiares si así lo solicitaban, y muchas veces se conectaba por Teams el equipo comunitario que se encargaría del seguimiento de las pacientes tras el alta. Una reunión multidimensional, donde se escuchaban voces distintas y se tejía el acompañamiento de forma colaborativa.
Los miércoles alternaban entrevistas individuales con momentos de reflexión colectiva. Cuando alguna situación se estancaba o alguna dinámica se volvía densa, el equipo se sentaba a pensar juntas en la reunión de Reflective Practice. Y los viernes, una nueva puesta en común para cerrar la semana.
Además del abordaje clínico y terapéutico, me maravilló la cantidad de actividades pensadas desde el cuidado integral de las madres y sus bebés. Cada semana se organizaban grupos de música para madres y bebés, momentos de messy play, sesiones de masaje infantil, clases de zumba o dance movement therapy, talleres de terapia ocupacional y excursiones organizadas que permitían a las madres salir de la unidad y reconectar con el mundo más allá de los muros.
También se ofrecía un espacio precioso de terapia narrativa dirigida por una de las psicólogas, el grupo del “Árbol de la Vida”, donde las mujeres compartían sus raíces, fortalezas, aspiraciones y trayectorias, tejiendo sentido juntas desde lo vivido. Había dibujo, reflexión, juego, risa, conexión y escucha compartida.
Por otro lado, cada semana se celebraba una reunión entre las pacientes, el personal de la unidad y representantes de la gerencia del hospital. Un espacio donde las mujeres podían expresar sus quejas, compartir sugerencias y proponer mejoras para la unidad. Lo importante no era solo que hablaran: era que sus voces se escuchaban. Las decisiones no eran algo que les pasaba por encima, sino algo que también nacía desde ellas.
La unidad no solo cuidaba a las pacientes y sus bebés, sino que había un esmero importante en asegurar el cuidado del equipo terapéutico. Cada mañana la jornada comenzaba con el safety huddle, un espacio breve y poderoso donde alguien del equipo preguntaba cómo nos encontrábamos el resto en términos de colorimetría, como un semáforo del bienestar personal: verde, naranja o rojo. Y si alguien decía no estar bien o estar en ámbar o rojo, se hablaba de cómo apoyarla durante el día en su jornada laboral. También se repasaban incidentes, malestares o riesgos de las pacientes, y se proponían acciones desde lo colectivo.
Era evidente que no se trataba solo de curar síntomas, sino de cuidar historias, maternidades, vínculos, contextos, proyectos de vida. Y esa diferencia se notaba en cada rincón.
La MBU no es solo una unidad de hospitalización: es un espacio donde se sostiene la vida cuando esta tambalea, donde se cuida el vínculo como se cuida una herida abierta, con delicadeza, atención y presencia. Donde la psiquiatría baja al suelo, al nivel del bebé, para comprender lo que ahí se juega. Y donde el equipo se cuida entre sí, como parte esencial del tratamiento.
Hoy, al mirar atrás, siento una gratitud profunda. Porque esta experiencia no solo me ha dado conocimientos clínicos, sino que ha ensanchado mi mirada perinatal. Me ha mostrado que sí se puede trabajar desde el respeto, la escucha y la ternura, también en salud mental. Me ha recordado que las estructuras importan, que lo organizativo no es neutral, que los cuidados deben tener espacio, tiempo y recursos para florecer.